El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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sábado, 9 de septiembre de 2017

Seguir regando

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

He dejado mis plantas en el pueblo después de regarlas por última vez. Algún día iré por allí y las regaré de nuevo, en un vano intento de prolongar una vida que ya se extingue. No sé por qué me empeño en regarlas si sé que no vale de nada. Pero lo hago.

Del mismo modo que, a veces, alargo relaciones que ya de por sí están muertas. ¿Lo hago por pena? ¿Por desidia? ¿Por no ser yo la que da el último adiós y así tener la excusa de que no abandoné? Tampoco lo sé.

Tal vez lo haga porque, en alguna ocasión, la vida me da dado gratas sorpresas cuando menos me lo esperaba. Y luego, echando la vista atrás, he visto que mi pequeño empeño diario ha sido el que ha propiciado la inesperada sorpresa. Como las flores que me regaló mi orquídea –y me sigue regalando– después de cinco años de cuidados sin fruto.

Por eso, probablemente, sea por lo que sigo regando lo destinado a morir. Por si acaso reviviera. Por si todo no estuviera perdido.

Me pregunto: ¿Quién regará esos jardines exuberantes que hay por ahí cuando su dueño no esté? ¿Quién recordará los viejos cuentos cuando el último abuelo haya muerto? ¿Quién acogerá esos detalles de vida cuando no haya tiempo ni ganas de llevarlos a cabo? ¿Quién seguirá regando a contracorriente?

A veces, como hoy, me hago un montón de preguntas sin aparente respuesta.

Preguntas propiciadas por la melancolía de las últimas tardes de verano y el tránsito al sereno y reflexivo otoño.

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