El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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sábado, 28 de julio de 2018

La madeja

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Hace años tejía mucho. Me encantaba jugar con los colores y las formas hasta crear lo que iba buscando. Me relajaba y me mantenía atada al momento presente. Supongo que no diré una barbaridad si lo encuadro como una de las muchas técnicas de mindfulness que existen.
A veces, las madejas se enredaban y tenía que dejar el tejido y dedicarme a desenmarañar aquel lío para poder seguir.
Recuerdo que lo primero que buscaba era el origen del ovillo, la hebra suelta que me iba a permitir reconstruir de otra forma la madeja. Y, luego, iba deshaciendo nudos, cruzando el recogido de un lado a otro, hasta conseguir una nueva madeja, distinta a la anterior, pero más consistente, más segura y que me permitía trabajar mejor.
¿Por qué cuento esto?
Porque la vida, en ocasiones, es algo parecido. Tenemos que parar nuestro ritmo, dejar lo que nos traemos entre manos y dedicarnos a arreglar enredos, para retomar después nuestro quehacer.
Y en la vida, del mismo modo que en la madeja, hay que encontrar el origen del lío. Aflojar un poco –no tensando para evitar la ruptura– y buscar la hebra que permita ovillar de nuevo, yendo hacia atrás y hacia adelante, pasando en medio de otros nudos aflojados, esperando, retomando.
Cuando miramos el enredo no queremos entrar en él. Nos da tanta pereza arreglarlo que hasta nos planteamos dejar el tejido. Pero cuando reconstruimos y experimentamos qué bien fluimos después, nos damos cuenta de que, de una forma u otra, necesitábamos ese enredo para avanzar de forma más liviana.

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