El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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sábado, 14 de abril de 2018

Sobran palabras

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


A veces estoy tan cansada que me cuesta hablar y, sobre todo, me cuesta escuchar. Como si cada palabra supusiera una enorme carga que procesar y soportar, fluyendo en sonidos que van y vienen, golpeando la mente y los oídos, como martillos.
Otras veces estoy tan centrada y tan tranquila, que emitir palabras o escucharlas me descentra y me hace sentir fuera de la realidad, despistada.
Y también me ocurre que, en ocasiones, no sé qué decir, porque la situación me desborda y las palabras no llegan a expresar aquello que quiero transmitir. Así que recurro al silencio, a la mirada y a aquellos gestos que hablan sin necesidad de palabras.
Esto de lo que hablo –seguro– nos ha ocurrido a todos.
Y a la conclusión a la que he llegado es que las palabras no son tan importantes, ni tan trascendentes, ni tan precisas. Ni tan siquiera necesarias muchas veces. Estamos saturados de ellas. Nos rodean y nos aturden, nos envuelven, nos incomodan, nos inquietan… Creo que sobran muchas palabras.
¿Qué mecanismo interno nos lleva a hablar sin cesar? ¿El miedo al silencio? ¿La incomodidad ante el vacío de sonidos? ¿La falta de otros recursos?
Si echo la vista atrás me doy cuenta de que mis mejores momentos no han estado rodeados de palabras, no ha habido necesidad de hablar, ni de llenar vacíos con preguntas predecibles, ni de contestar sin ganas con respuestas aún más predecibles. En esos momentos he estado PRESENTE y he sentido a los que estaban conmigo. Nada más.

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