El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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sábado, 9 de junio de 2018

Érase una vez

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena
Érase una vez un hombre sirio que se dedicaba a ser guía turístico en su país. Y era muy bueno. Los turistas estaban encantados con él, con su cultura, su simpatía y su buen hacer.
Por cuestiones fáciles de entender dejó su profesión y se convirtió en intérprete de reporteros de guerra. Los periodistas también estaban encantados con él, con su profesionalidad y su discreción.
Finalmente tuvo que abandonar su país y se estableció en Noruega, montando un pequeño negocio –una frutería– para poder vivir, en un país y una cultura muy diferente a la suya. Con los años, su pequeña tienda ha pasado de ser desapercibida a convertirse en un lugar de charla y reunión. Los noruegos –cuenta él– compraban fruta sin hablar y sin mirarse. Ahora, en su tienda, hablan, se comunican y pasan un rato agradable.
Esta historia –real– la escuché en la radio hace unos días. ¿Por qué la cuento ahora?
Porque es un caso evidente de que no importa dónde vivas o a qué te dediques. Lo que realmente importa es cómo eres y que das. Nuestro hombre sirio era bueno en Siria y ahora en Noruega. Era bueno trabajando de guía, luego de intérprete y ahora de frutero. Probablemente, de que pasen los años, los noruegos también estarán encantados con el frutero de su barrio.
El hombre sirio es él, vaya donde vaya y trabaje en lo que trabaje. No reniega de su pasado ni se queja de su presente. Vive la vida como la vida viene, adaptándose a las circunstancias de la mejor manera que sabe.
Toda una lección de humildad y honestidad.

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