Oscura mañana. Foto Jesús Aguado
Hay mañanas en que levanto la persiana y sólo veo oscuridad, niebla, lluvia… y lo único que apetece es volver a bajarla y olvidarse de salir. Quedarse en el calor del hogar a resguardo de las inclemencias.
Hay mañanas que cuesta empezarlas, la verdad.
Pero entonces observo a personas que, encogidas, caminan deprisa a su lugar de trabajo diario. O veo las luces de los coches rompiendo la oscuridad. O miro a los dueños de los perros dando el paseo cotidiano obligatorio haga frío o calor, llueva o luzca el sol.
Y empiezo el día como otros muchos lo han hecho, incluso antes que yo. Y llevo a cabo las actividades que tengo programadas. Y trabajo. Y como. Y me encuentro con la gente. Y me canso. Y leo. Y peleo (cuando me toca). Y escucho o hablo, según proceda. Y medito. Y…
Cuando llega la noche, la climatología sigue siendo adversa. La lluvia sigue azotando, o la niebla entorpeciendo la visión, o la oscuridad envolviéndolo todo. Pero algo tengo claro: el día no ha sido en balde.
He salido. Me he mojado. He pasado frío. Pero he podido sentir la lluvia y el frío, la oscuridad y la claridad, el calor y los encuentros. He vivido experiencias, he aprendido algo nuevo, he descubierto algún detalle antes desapercibido, he reído o he llorado. He vivido.
Y sólo me sale dar gracias.
Gracias a los que han sacudido mi pereza, a los que se han cruzado en mi camino, a los que me acompañan en él, a los que me abren puertas, a los que me hacen reír, a los que me dan vida.
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