pero el que recibe nunca debe olvidar
viernes, 30 de junio de 2017
Perdido
jueves, 29 de junio de 2017
Cómo te sientes
Imagina que las ramas de un sauce llorón forma una cortina natural delante del sol durante un amanecer en Maollnow, Alemania. Puede servirnos para la meditación de hoy. ¿Con quién te identificas, con el sol del amanecer o con el sauce llorón? Quizás con los dos, porque en todos nosotros conviven la alegría y la tristeza.
Pero investiga de dónde nace tu tristeza. Le echamos la culpa a lo que llamamos la realidad, las limitaciones de la vida. Antes me quería, ahora no me quiere. Antes estaba sano, ahora estoy enfermo. Antes tenía esto y aquello, ahora no lo tengo.
Pero esos problemas no están ahí, sino en mi modo de verlos, en la mente humana. En mis apegos, en mis miedos. Tan claro es que en la realidad no están los problemas que, si yo desaparezco, la realidad sigue su camino, como si nada: el trigo crece en el campo, el panadero sigue horneando pan, y alguien hace el amor o da a luz. Eres tú el que se siente herido, es tu yo-mente el que sufre. Tú eres libre para unirte a la nube de negatividad, de tristeza, de llanto, o dejarla pasar, no identificarte con ella y mirar más a fondo, donde siempre eres sol de amanecer.
¿Quieres aplauso, glamour, riqueza, posesiones? Te equivocas, tú puedes ser feliz sin todo eso. Tú no eres tus apegos. En la Bhagavad Gita, el libro sagrado de los hindúes, el Señor Krishna dice a Arjuna: “Aunque esté hundido en el fragor de la batalla, él mantiene su corazón el mantiene su corazón a los pies de loto del Señor”. Y el gran Maestro Eckhart: “Dios no se alcanza mediante un proceso de adición a nada en el alma, sino por un proceso de sustracción”. Ignacio de Loyola lo llama ponerse “indiferente”, situarse en aquello para lo que he sido creado, en el amor. Di ahora: “Más allá de las lágrimas soy amor”.
La gente exclama: “Me siento bien porque el mundo está bien”. Eso es incorrecto. Debes decir: “El mundo está bien porque me siento bien”.
“Aunque diera todo a los pobres y mi cuerpo a las llamas –escribe Pablo-, ¿de qué me serviría si no amo?”. Esa es la clave. Pero si amas, no acapares, no intentes conformar al otro a tu imagen. Deja ser al otro como es, no como quieres que sea. Porque los lazos que se basan en deseos son muy frágiles. Hoy la sociedad nos tiene programados: “Sé como te dice mamá publicidad”. Frase genial la de Tony de Mello: “Dentro de mí suena una melodía cuando llega mi amigo, y es mi melodía la que me hace feliz; y cuando mi amigo se va me quedo lleno de su música”. Se trata de mirar al sol que amanece más allá de del sauce llorón. Conéctate con el sol, pues él siempre está ahí.
miércoles, 28 de junio de 2017
Cómo mirar la vida
martes, 27 de junio de 2017
Mi experiencia
lunes, 26 de junio de 2017
Medicina alternativa: ¿fraude o sabiduría? (y II)
domingo, 25 de junio de 2017
Soledad
sábado, 24 de junio de 2017
Despacito
viernes, 23 de junio de 2017
Qué bonita la vida
jueves, 22 de junio de 2017
Entrevista a Mercedes Martínez González
miércoles, 21 de junio de 2017
Madre
El arte de la vidase me antoja delicado.Tanto, a veces,que temo no acertara quererte,como tu fragilidad anhela.Madre mía.
martes, 20 de junio de 2017
Decálogo para convivir con un adolescente
lunes, 19 de junio de 2017
Medicina alternativa: ¿fraude o sabiduría? (I)
domingo, 18 de junio de 2017
El sentido de la vida
Hace unas semanas he finalizado el grupo de “El Sentido de la Vida” en el Teléfono de la Esperanza, de sus aplicaciones básicas, he elaborado este decálogo que quiero compartir con todos vosotros y voy a aplicar en mi vida.
sábado, 17 de junio de 2017
Artistas
viernes, 16 de junio de 2017
La sombra de Estados Unidos: El verdadero secreto de Donald J. Tramp
jueves, 15 de junio de 2017
Entrevista a Ngugi wa Thiong’o
Ngugi wa Thiong’o, escritor africano, candidato al premio Nobel de Literatura
Tengo 79 años. Nací en Kenia y vivo exiliado en California. Casado, tengo 9 hijos y 6 nietos. Doctor honoris causa por una decena de universidades. ¿Mi política? El empoderamiento de todo ser humano. La vida humana aspira a la espiritualidad, pero las religiones con sus rituales se alejan de ella.
Sabio
Todas las personas sabias que he conocido tienen tres claras características comunes: buen humor, amabilidad y un discurso universal, sirve para todos. Thiong’o es un portento, nació entre campesinos paupérrimos y vivió bajo la dominación colonial británica. Hoy tiene doce doctorados y es profesor en la Universidad de California. Su obra ha sido traducida a 30 lenguas. Su activismo social y su discurso político nacen de la digestión de una vida difícil: fue encarcelado por el dictador africano Daniel Arap Moi por escribir en su propia lengua, y sufrió tres intentos de asesinato. Ha visitado a Barcelona invitado por el CCCB y el PEN català. Parte de su obra está publicada en castellano (Debolsillo) y catalán (Raig Verd).
Una vez intenté impresionar a una chica saltando la valla de la escuela y me lesioné. Estuve seis meses inmovilizado, todavía conservo una gran cicatriz en el pie, pero la chica ni se dio cuenta de mi hazaña.
Gran lección.
Sí, sé tú mismo. He intentado ser auténtico y fiel a lo que yo concibo como verdad.
Muy pronto tuvo una verdad distinta al mundo que le rodeaba.
A mí me interesaba la calidad de vida de la gente ordinaria porque mi espiritualidad me dice que todos estamos conectados: los humanos, los otros animales, las plantas. Es algo obvio: bebemos el mismo agua, respiramos el mismo aire.
Cierto y sencillo.
Provengo de una familia campesina conectada con la tierra que los colonos británicos y a veces los terratenientes africanos nos arrebataron.
Por eso lucharon junto a los Mau Mau.
Sí, éramos campesinos muy pobres enfrentados al poderoso ejército británico. Contra todo pronóstico conquistamos la independencia. El poder real emana de las personas.
Hubo mucha crueldad.
Yo crecí a la sombra de la Segunda Guerra Mundial y por primera vez vi a un blanco trabajando, eran prisioneros italianos construyendo carreteras. Aquello me abrió la mirada.
También hubo traición.
El carácter moral de cada persona se desvela en tiempos de peligro. Cuando mi hermano y otros jóvenes se fueron a las montañas para luchar contra los británicos jamás hubiera dicho que él emprendería esa gesta.
¿Por qué?
Era un tranquilo carpintero. Había otros jóvenes con más empuje y palabra que, cuando llegó el momento, se posicionaron con los británicos, pero mi hermano se convirtió en el ser humano más increíble que he conocido: se fue literalmente esquivando balas y cuando lo vimos desaparecer en la montaña, se hizo legendario.
Usted ha luchado con la palabra.
Soy afortunado, tuve cuatro madres y un solo padre. Por la noche nos reunían en la casa de la madre mayor y narraban historias y noticias. Era maravilloso, pero nos decían que las historias se iban de día y no volvían hasta la noche.
Y usted quería más...
Sí, y fue fantástico que mi madre me enviara al colegio. Era analfabeta, pero supervisó mis deberes, preguntando, averiguando... Siempre me preguntaba si había dado lo mejor de mí. Un día le dije: “He dado el cien por cien, madre” y entonces me contestó: “¿Y eso es lo máximo?”.
Qué estupenda.
Valoraba el esfuerzo, no los resultados, “hazlo lo mejor que sepas”, eso me infundió.
¿Era feliz siendo la tercera esposa?
Me explicó que se casó con mi padre precisamente porque tenía ya dos esposas. Ella quería un hogar, pero él le pegaba y lo abandonó. Así que tuve dos infancias, una en una gran casa llena de madres y hermanos; otra como miembro de un hogar monoparental.
¿Comprende a su padre?
Le he perdonado, porque el perdón es darte permiso a ti mismo de ser libre.
Tras la independencia fueron los propios africanos los que sometieron a los africanos.
Hay que descolonizar las mentes. Europa controla el 80% de los recursos del continente con el beneplácito de las clases ricas africanas.
A usted le encarceló un presidente africano por escribir en una lengua africana.
En aquella cárcel de alta seguridad entendí que a través de la imposición de la lengua mediante la humillación y la violencia demonizaron nuestra cultura. Desde entonces reproducimos los modos y maneras coloniales.
¿Qué cosas le hicieron desesperar?
“Nunca me voy a rendir, siempre me voy a esforzar”, escribí en un diario en mi época de estudiante que encontré años después. Cuando todo se va al garete, me repito eso.
Conoce el mal en propia carne.
Me han intentado asesinar tres veces. Cuando mi esposa y yo volvimos a Kenia después de 23 años de exilio nos atacaron, a mi mujer la violaron y a mí me apagaron cigarrillos en la cara y la cabeza. Escapamos de la muerte, tuve que elegir si centrarme en eso o en lo que me hicieron.
Optó por lo positivo.
La maldad está ahí, pero también la bondad. Al día siguiente en el mercado cientos de mujeres rodearon a mi esposa y le dijeron que ellas la iban a proteger. Fue una cascada de amor.
Parece que en esa guerra del bien contra el mal, el mal lleva ventaja.
Sólo en el corto plazo. Ganaría si la gente abandonara toda esperanza. En medio de la oscuridad siempre hay un destello de esperanza al que hay que darle oxígeno, y ese oxígeno es el amor humano, la interconexión de la vida: recordar que dependemos los unos de los otros.
¿Cuál es su historia en torno al fuego?
Yo quiero que acojamos esa pequeña llama, que seamos capaces de seguir nuestros sueños para conseguir un mundo más humano, QUIERO CONTAR LA HISTORIA DE NUESTRA CONEXIÓN, decir que no podemos aceptar un mundo en el que el esplendor de pocos se basa en la miseria de muchos.
¿Sus momentos más felices?
Me gusta pasear entre flores, contemplarlas, porque todas son diferentes y ninguna es más flor que otra, son esplendorosas en su multiplicidad de colores. De la misma manera ningún ser humano es más ser humano que otro.
miércoles, 14 de junio de 2017
Porfirio
Porfirio Cancelo Rojo fue una persona/personaje/caballero de mi pueblo que vivió desde 1929 al año 2000. De niño sufrió los efectos de la Poliomielitis, la ‘polio’ y quedó muy limitado en sus articulaciones para moverse y también para hablar, que no para pensar. Por el entorno se le conocía como Porfirio ‘el cojo’. Su madre murió cuando él era aún un niño. Su padre se volvió a casar, pero su madrastra le maltrataba. Fue a la escuela primaria del pueblo, trabajó en las viñas y en el campo, regentó unos años “un poco de bar”, fabricó y vendió cientos de cestos de mimbre con los que se ganó el sustento mal que bien. Ya, en su vejez, le tocó vivir solo, con muy pocos recursos, en una casa de adobe y tapial, lúgubre y fría, sin que su familia propia mirara apenas por él. Su vida fue muy dura, y sin embargo era tremendamente jovial, alegre y optimista, por eso todos los del pueblo le queríamos y le ayudábamos en lo que podíamos. Éramos su verdadera familia.
En las muchas visitas que hice a Porfirio a finales de los años 80 siempre me decía que tenía que escribirle sus memorias. Yo era de los pocos que le entendía, pues su lenguaje limitado le dificultaba las relaciones sociales. Hasta que un día le sugerí que se atreviera a escribir él mismo, con sus palabras, sus vivencias, sus recuerdos vitales, su vida en definitiva. Y así fue como durante más de 4 años se afanó el bueno de Porfirio en escribir en un cuaderno unos pequeños relatos con pasajes de la dura vida que le tocó vivir en la España profunda de la postguerra. Escribía en las largas noches de invierno a la luz y el calor de la lumbre; y también en los calurosos días de verano, pues tiempo es lo que le sobraba al amigo Porfirio. En 1993 recopilé aquellos escritos conservando su propio estilo, sólo corrigiendo las faltas de ortografía, edité y publiqué (con ayuda de mi hermano Raúl), ‘Vida y memorias de un paramés’, así lo tituló, un libro que le llenó de orgullo y con el que pudo dar a conocer la dura experiencia por la que había pasado y que, por desgracia, aún seguía pasando “aunque el pozo ahora no es tan profundo”.
Con la ayuda de una sobrina y de alguno de nosotros, a Porfirio le tocó la lotería cuando le anunciaron que le daban plaza en la Residencia San José, de las hermanitas de los Desamparados, en León. Eso ocurrió en diciembre de 1994. Las visitas las trasladé entonces a la segunda planta de aquella residencia donde Porfirio era el niño mimado, el ‘juguete’ de las monjitas. Cuando sugerí a mi paisano la posibilidad de que escribiera sus sensaciones y vivencias en la ‘resi’, le faltó tiempo para pedirme que le comprara dos cuadernos porque quería seguir dándole al bolígrafo. Para que os hagáis una idea, tardaba unos diez minutos en escribir un renglón de aquellos cuadernos. Una eternidad para nosotros; una insignificancia para él.
Cuando comenzaron a fallarle las fuerzas a Porfirio cuatro años después, cuando el peso del bolígrafo Bic ya le parecía insoportable, me entregó en una de aquellas visitas el cuaderno a medio escribir sin decirme absolutamente nada. Con su mirada entendí perfectamente aquel nuevo deseo. Porfirio se fue de este mundo terrenal en agosto de 2000 con la conciencia tranquila y el deber cumplido. Fuimos muchos los que quedamos huérfanos de Porfirio, pero yo guardaba en un cajón sus ‘últimas voluntades’. Tuvieron que pasar otros siete años más hasta que mi situación laboral me permitió editar el segundo libro de Porfirio que él nuevamente tituló en la portada del cuaderno: ‘Rosas marchitas’. Por un exceso de optimismo edité 300 ejemplares de esa obra (los mismos que edité de la primera) donde Porfirio contaba sus conversaciones con las monjas, sus salidas de excursión al Bierzo o la peregrinación que realizó a Lourdes que realmente le marcó al ver cumplido un sueño nunca imaginado por él. Vendí apenas 100 ejemplares. Nuevamente ‘palmé’ dinero, algo habitual con el tema de la autoedición de otros libros.
Hace pocas noches se me apareció Porfirio en sueños y me dijo, con calma, con su modo de hablar dificultoso, que había casi 200 libros suyos, bastante ‘marchitos’, guardados en dos cajas y que a lo mejor podía ofrecérselo a las monjas de la residencia. Así lo hice al día siguiente. Ofrecí donar 180 ejemplares de ‘Rosas marchitas’. La madre superiora me contestó aceptándolo, pues aún se recordaba a Porfirio con mucho cariño, 17 años después, un paisano menudo que pasaba tardes enteras escribiendo en su habitación y aquella alegría que desprendía este ser humano de tremenda sensibilidad e inteligencia.
Porfirio, majo, creo haber cumplido tu voluntad. Se te saluda. Se te extraña bastante. No te diré aquello que te solía decir de “cuídate”; esta vez te digo: “cuídame”.
Asín sea.
PD: Felicidades Samuel, hijo mío querido, que no todos los días se cumplen 18 añazos.





















