Azul. Fotografía Jesús Aguado
A veces, como hoy, me quedo observando el cielo embelesada en su color. Un azul intenso que llena de paz y serenidad el momento. Sin nubes. Liso y suave. Envolvente.
Pareciera que nada malo pudiera ocurrir bajo ese cielo, que todo es orden, que todo es paz.
Y sin embargo, la gente muere bajo ese mismo cielo en Siria, en Palestina, en tantos sitios… por balas lanzadas también bajo el mismo cielo por gente cercana. Y mueren en África por hambre, cobijados por el mismo cielo. Y en Colombia por ajustes de cuentas, bajo el mismo cielo. Y en pueblos cercanos, por adicciones, imprudencias o malos entendidos, bajo el mismo cielo. Y en otros tantos lugares. Todos bajo el mismo cielo.
Cuesta creer que, mientras contemplo esta belleza, en el mundo pasen estas cosas. Cuesta entender que no basten la palabra y la buena intención para comunicarse y relacionarse. Cuesta comprender que todos los seres humanos, siendo en esencia iguales, sean tratados por la vida de forma tan distinta. Pero ésta es la realidad.
Y me viene a la memoria un antiguo proverbio japonés que dice algo así como que nadie puede ser feliz mientras los de su alrededor no lo sean también. Y creo que ahora lo entiendo.
Porque en estos momentos el cielo no me parece tan azul (su intensidad se ha apagado) ni me transmite tanta paz.
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