El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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sábado, 11 de noviembre de 2017

Entre el cielo y el infierno

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

Fotografía de Ramón Blanco
De pequeña, influenciada por las historias que me contaba mi abuela, creía firmemente que el Cielo y el Infierno eran lugares físicos a los que nos íbamos cuando dejábamos esta vida conocida. El Cielo estaba en el cielo (obvio) y el Infierno allá abajo, en lo más profundo de la tierra, de manera que más de una vez espié las alcantarillas para ver si vislumbraba un atisbo de llama o de luz que demostrara la existencia del temido lugar. Nunca lo vi.
Han pasado los años. Ya no creo en el Cielo y el Infierno como sitios concretos, ni creo en otras muchas cosas.
Pero creo en el cielo, como un estado de felicidad, serenidad y confianza en la vida. Y creo en el infierno, como un estado de rabia, dolor, falta de aceptación, frustración y malestar.
Creo, además, que en la mayor parte de los casos, nosotros mismos elegimos –consciente o inconscientemente– cada estado. O, si no lo elegimos, nos dejamos arrastrar a ellos sin oponer mayor resistencia.
Con los años he llegado a descubrir que el cielo es nuestro estado natural; aquel al que la vida nos conduce si nos dejamos y aceptamos su devenir; si confiamos, si bailamos con ella. Y el infierno, aquel al que nos empeñamos en estar cuando nos regodeamos en nuestras zonas oscuras sin querer abrir huecos de luz y rayos de esperanza; cuando no aceptamos; cuando no vemos ni escuchamos ni experimentamos otra cosa que nuestra propia sombra.
Vivimos entre el cielo y el infierno. Y, a veces, sólo un paso separa un estado del otro.

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