La Escribana del Reino
M. E. Valbuena
Por algún motivo que no he llegado a saber envolvemos los regalos en bonito papel. Cuidamos la forma y el detalle al máximo y hacemos de todo ello un agradable pack. Un regalo sin papel adecuado parece que no es regalo.
En ocasiones, incluso es más bonito el envoltorio que el contenido y hasta da cierta pena tirarlo. De hecho, cuando mis hijas eran pequeñas, guardábamos los papeles de dibujos y figuras para recortarlos después y hacer nuestras propias composiciones.
Esto no tendría mayor alcance si no se extrapolara a la vida real.
Es decir, a veces nos presentan las cosas tan bien diseñadas, con un envoltorio tan ilusionante y tan bonito, que no llegamos a descubrir el fondo hasta que lo abrimos y entonces, sí, nos llevamos la sorpresa, pero no la esperada sino la desagradable, la que no cuadra con el papel ni el envoltorio.
Quedamos con la boca abierta, sin saber qué decir y sin entender casi nada. A lo más que llegamos es a pensar que el fallo ha sido nuestro, por no haber preguntado lo suficiente o por haber dado por hecho lo que carecía de consistencia. Pero, no nos engañemos, el fallo no está en entender mal. El fallo está en vender humo y palabras huecas. O sea, nada. Aunque vaya bien adornado.
Y lo peor del tema es que ni siquiera nos vale el envoltorio para darle un uso alternativo, como hacemos con el papel. Si acaso, para aprender a mirar un poco más allá de lo aparente.

Todavía no hay comentarios
Esperamos el tuyo