La Escribana del Reino
M. E. Valbuena
Foto, Jesús Aguado
El pasado verano participé en un encuentro-retiro de Silencio que fue una auténtica bendición para mí. Como no creo en las casualidades, una vez más pude comprobar que en él encontré lo que necesitaba encontrar.
¿Y qué necesitaba encontrar? Más argumentos, más experiencia, más vida en relación a la actitud de confiar. Más confirmación de que es posible confiar en medio de la incertidumbre.
Hubo muchos factores que me hablaron de ello, muchos gestos, muchos detalles. Entre otros, la propia experiencia de uno de los ponentes. Cuando hay una conexión, la emoción se encarga de dejarte llevar y te sientes fluir en medio de la vida, sin necesidad de palabras ni grandes argumentos. Pero entiendes, sientes y ves. Así lo viví.
A día de hoy, él ha tenido que decir adiós a un proyecto y yo he recibido un doloroso No donde creía merecer un Sí.
Pero –me consta– él sigue confiando en la vida y, precisamente por ello, seguro que le va a ir bien; porque esa es su actitud: confiar en el devenir, fluir, aceptar que lo que venga será lo mejor, que todo es perfecto.
Y yo seguiré confiando a pesar de la decepción. Y seguiré buscando luz a pesar de haberla confundido con un mero reflejo. Y seguiré pensando, también, que todo es perfecto.
Sé que confiar, en estos tiempos, parece pura ingenuidad y me pueden tildar de tonta por ello. Sé que provocaré más de una sonrisa paternalista con esta actitud. Pero también sé –lo he dicho muchas veces– que sin confianza se vive infinitamente peor.
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