La Escribana del Reino
M. E. Valbuena
He caminado por mi ciudad, una de las últimas tardes de abril, entre la nieve y el sol.
He visto más paisajes nevados en montes cercanos después de empezar la primavera que en pleno invierno.
He vestido ropa ligera y me he desnudado en la playa en marzo. Y he vuelto a ponerme el abrigo en abril. También he pisado nieve después de sacar el calzado de verano.
He disfrutado momentos intensos y emocionantes cuando casi había dado todo por perdido en una relación.
He vuelto a ver el brillo en la mirada y la sonrisa en los labios en quién un día pensó que nunca volvería a ser feliz.
He sentido el abrazo tierno y auténtico de quién no cree mucho en el corazón y sí demasiado en la cabeza. Por eso, tal vez, sea más tierno y más auténtico que otros abrazos.
He visto llorar y desmoronarse a personas duras como piedras, incapaces de ocultar sus sentimientos cuando las miras a los ojos y les preguntas por ellas mismas, no lo que hacen, en qué trabajan o cómo se relacionan.
He percibido magia en muchos detalles de quien no los esperaba y que me han emocionado precisamente por ser inesperados.
He sentido la energía de un árbol al abrazarlo, la felicidad de la brisa de verano en la montaña, el calor del sol en pleno invierno, la emoción del resurgir de una flor moribunda, el latido de un ser recién nacido a pesar de sus dificultades.
Tantas cosas no hacen más que confirmar que todo, absolutamente todo, es posible.
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