Destacando. Foto Jesús Aguado
Tan sólo hace unas semanas que aparecieron las primeras amapolas de la temporada y tan sólo hace unos días que me percaté de sus existencia.
Di por hecho que de la dura y tardía helada, que acabó con casi todas las flores y quemó árboles y cultivos, también se había llevado las tempranas amapolas, tan frágiles y delicadas como son. No fue así.
Las pude ver a las orillas del camino campestre, en las cunetas de carretera y entre las espigas aún verdes. Y las vi de un rojo más intenso que nunca (mi madre lo llamaba rojo pasión). Un rojo que llama poderosamente la atención y que atrapa la mirada.
Me parecieron preciosas, salteadas majestuosamente entre tonos verdes, estiradas con su frágil tallo para destacar por encima de las espigas, invencibles, flexibles y dinámicas ante el zarandeo de un persistente viento. Parecían gritar desde su color que estaban allí, pese a las inclemencias, para ser lo que siempre han sido.
Me recordaron a esas personas que, superando obstáculos, se hacen fuertes y bellas; que resisten los golpes de la vida y se dulcifican con ellos; que transforman sus fracasos en oportunidades de aprendizaje y mejoran con cada experiencia vivida. Esas personas tienen un color y una luz especial.
Posiblemente sea su lucha, su resistencia, su pasión por la vida lo que explique esa luz que emanan. O puede que sea el sufrimiento pasado que, dando sentido a un presente de aceptación, lo va tiñendo todo del color de la serenidad.
Lo cierto es que esas personas atraen la atención, atrapan la mirada y despiertan la admiración, del mismo modo que las amapolas con su rojo pasión.
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