El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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sábado, 8 de julio de 2017

El ojo frío de la gaviota

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Hace unos días estuve en un paraje muy poblado por gaviotas. Se movían por allí igual que las palomas por la ciudad, sin miedo a las personas y con elevadas dosis de confianza, acercándose a la comida sin ser invitadas.
No me gustan especialmente las gaviotas, a pesar de la mitificación de “Juan Salvador Gaviota” que casi todos leímos en nuestra adolescencia. A mí me duró poco la atracción por esta ave. Su graznido y su vuelo bajo me resultan desagradables,  al igual que la forma de su pico.
El caso es que estaba yo comiendo un melocotón, disfrutando del momento y agradecida por estar allí, cuando una gaviota se me puso justo al lado mirando fijamente (creo yo que al melocotón). Mi primera reacción fue espantarla, pero luego me dediqué a observarla con detalle, ya que nunca había tenido tal oportunidad.
Me llamó poderosamente la atención su ojo – de color amarillento y con una expresión tan fría que me dieron escalofríos-. Un ojo que parecía estar acechando el momento oportuno para hacerse con el melocotón. De hecho, así fue, porque, incomodada por su presencia, dejé la fruta a medio comer y la deposité en el suelo para ver su reacción. No hice más que posarla cuando el ave se lanzó por su presa con rapidez inusitada y se la llevó.
No he olvidado la expresión de ese ojo. He encontrado alguna vez, en determinadas personas, una mirada similar y se me ha encogido el corazón. Son miradas que parecen traspasarte, que buscan más allá sin verte, que transmiten frío y desconfianza.
Ahora pienso que, tal vez, la pobre gaviota sólo tenía apetito y yo vi en ella más fantasmas que otra cosa.

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