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pero el que recibe nunca debe olvidar
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sábado, 29 de julio de 2017

El pájaro que duerme en la parra

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

Este verano hay un inquilino nuevo en el jardín. Es un pájaro que tiene en la parra su sitio para pernoctar. Cuando no estábamos aquí el pájaro acampaba por sus fueros en todo el territorio (hay pruebas evidentes de ello). Ahora, se corta un poco más.

Me hace gracia verlo llegar cada noche. Se posa en el tejadillo oteando el horizonte para ver si está despejado el sitio. Observa inquieto durante un buen rato los movimientos de la casa. Hace escapadas rápidas y vuelve. A la cuarta o quinta vez decide por fin adentrarse en la parra. Está un ratito en ella. Vuelve a salir. Otea otro momento. Escucha. Vuelve a entrar definitivamente. Así cada tarde al oscurecer.

Durante los primeros días, de mañanas, no solía venir por aquí. Ahora ya sí. Llega al tejadillo. Observa. Revolotea un poco. Y se adentra en el jardín, cada vez con más confianza. Mientras ahora escribo está no muy lejos de mí, observando. Cualquier día de estos me lo encuentro dentro de la casa explorando nuevos territorios.

Este pajarillo me está hablando de la curiosidad que despierta la confianza afianzada.

Él, primero, necesita confiar en que puede seguir durmiendo en su sitio sin que nada perturbe su sueño. Una vez que confía va extendiendo su curiosidad a nuevos lugares, a nuevas experiencias. Poco a poco. Despacio. A medida que gana confianza se tranquiliza y sigue explorando. Como nosotros.

Sin confianza no avanzamos, ni nos sentimos con fuerza, ni crecemos. Si perdemos la confianza en nosotros mismos y en la vida habremos perdido, probablemente, la ilusión de vivir, y nos mantendremos en estado latente bajo el yugo del miedo y de la inseguridad.

Confianza. Esa palabra de la que tanto hablamos y que tan poco practicamos.

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