La Escribana del Reino
M. E. Valbuena
Asusta un poco avanzar a tientas sin saber lo que vamos a encontrar al final del trayecto y sin idea de las sorpresas que nos saldrán al paso mientras lo recorremos. Asusta.
Sin embargo, creo que la mayor parte de las veces que descubrimos y encontramos cosas importantes en la vida, ha sido caminando a tientas, dando un paso tras otro un tanto inseguros, sin apenas agarraderas, basándonos en la intuición y en esa brújula interior que nos dice que vamos en la dirección correcta sin saber muy bien adónde. Pero seguimos… y encontramos. Esta ha sido mi experiencia y la de otros muchos.
Lanzarse a escoger opciones minoritarias, incomprensibles para los más cercanos, dolorosas para algunos y absurdas para otros, nos lleva a un continuo cuestionamiento y a la tentación de renunciar a nuestra propia voz interior. Tratando de escuchar tanto a los que nos rodean, nos desoímos y nos ignoramos, sin ser conscientes del daño que ello nos produce.
Dando vueltas a este tema, llegaron –hace años– hasta mí unas palabras de San Juan de la Cruz que me iluminaron: para ir adonde no sé, tengo que ir por donde no sé.
Cierto es que para avanzar hace falta un objetivo concreto y unos pasos determinados, pero no siempre el objetivo es claro y los pasos seguros. De ahí que la clarividencia que en aquellos momentos me aportó esta frase, hace que me agarre a ella cada vez que me veo de nuevo caminando a tientas.
Tal vez no conozca dónde me lleva la opción escogida en un momento dado, pero sí sé que escuchándome y atendiéndome sabré llegar, aun desconociendo de antemano el camino.

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