El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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sábado, 16 de diciembre de 2017

En la escuela

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

A veces me veo de nuevo en la escuela.

Sucede en esos casos en que la realidad me desconcierta y me descoloca, en los que no entiendo lo que pasa y me veo en la obligación de buscar soluciones concretas para salir al paso, porque lo que tengo o lo que hacía hasta el momento ya no sirve. Ni sirve el inmovilismo ni sirven los lamentos.

Han de ser, obviamente, soluciones nuevas para problemas nuevos. Nuevas formas de enfoque. Experimentos con su carga de riesgo para ver qué sale. Entrar de nuevo en el juego de probabilidades de acierto y error.

Entonces me doy cuenta de lo poco que sé (a pesar de las muchas experiencias vividas) de lo mucho que me falta por aprender (a pesar de los años que sumo ya) y del sinfín de recursos que aparecen cuando se buscan.

Y voy a la escuela de la vida otra vez. Y me siento. Y me dejo enseñar. Y aprendo, experimento, observo, siento... Y saco conclusiones. Y tomo decisiones que, tal vez, de otra forma no podrían ser tomadas.

En el fondo –aunque cueste verlo– agradezco estas situaciones rompedoras de paz y tranquilidad, que me despiertan, me vapulean y me hacen crear o explorar otras vías. Es verdad que preferiría aprender sin dolor y darme cuenta de las cosas sin pasar malos tragos, pero no sé si eso es posible.

Detrás de cada acontecimiento hay un aprendizaje. A veces lo vemos y otras no. De ahí que se repitan determinadas situaciones una y otra vez, hasta que caigamos en la cuenta de lo que quieren enseñarnos.

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