El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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sábado, 24 de marzo de 2018

Después de la lluvia

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

Aguas turbulentas, Jesús Aguado
Después de la lluvia, los colores son más brillantes y llamativos, los olores más intensos y el entorno más espectacular. Los sonidos resuenan de otra manera y los pájaros cantan con más brío.
Después de la lluvia, el ambiente –limpio de impurezas– parece más sano y refrescante. Y en cada bocanada de aire absorbemos energía que purifica nuestro interior. Respiramos profundamente, queriendo captar cada milímetro de ese aire que nos llena de vida.
Después de la lluvia, la tierra, agradecida, nos ofrece su agradable olor y la atmósfera, serenada y recién duchada, nos envuelve en un manto de paz y armonía, acariciando nuestra piel.
Después de la lluvia todo parece más tranquilo. Como si el agua hubiese arrastrado los malos pensamientos, las calenturas de ánimo, los encontronazos producidos por las grietas de la sequedad, el mal rollo y las chispas por exceso de carga de electricidad estática.
Después de la lluvia saldrá el sol y volverán la luz y el cielo azul. Y los atardeceres rojizos. Y volveremos a calzarnos sandalias que dejen libres nuestros pies, hoy protegidos y aprisionados en botas aislantes.
Después de la lluvia, podremos andar descalzos en el mullido y esponjoso césped de los jardines. Las flores tempranas aparecerán, llenando el espacio de colorido y de belleza armónica. Y nosotros jugaremos al escondite, seguro, tras los setos que han crecido frondosos y exuberantes, precisamente a consecuencia de esa lluvia.
Todo eso sucederá después de la lluvia.
Pero ahora llueve.
Y toca ver llover. Y mojarse. Y hasta empaparse.

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