Con el agua al cuello, Jesús Aguado
Decía Santa Teresa que, en tiempos de crisis, mejor no hacer mudanzas.
Ella lo dijo en el siglo XVI y yo he descubierto, en el XXI, que es verdad. Mi experiencia vital me ha demostrado sobradamente que, cuando algo se está tambaleando en nuestra vida, es mejor estarse quieta, parar, observar y aprender. Y cuando el ciclón pasa y volvemos a recuperar la calma, es el momento de tomar decisiones. Entonces sí, no antes.
Esto, que parece algo tan simple y tan de sentido común, no siempre resulta fácil. En lugar de parar y aguantar, nos entra a todos prisa por cambiar la situación que nos tambalea. Tomamos decisiones atropelladas y a salto de mata, sin caer en la cuenta de que, así tomadas, resultan parches que sólo nos llevan a una huida hacia adelante y a un sálvese lo que pueda.
He conocido casos en que esa prisa ha llevado a acciones tan disparatadas como romper relaciones de cuajo o dejar el trabajo o cambiar de domicilio o abandonar una medicación o hacer una llamada a destiempo. Decisiones que luego pesan como bloques de cemento y que acaban por causar un malestar peor al que intentaron evitar.
Cuando una crisis nos atraviesa, dejémosla estar. Permanezcamos atentos a lo que nos quiere enseñar. Observemos su punto álgido y su evolución. Mantengámonos en la rutina lo más posible –protegiéndonos- aunque ello suponga agarrarse a detalles nimios y aparentemente insignificantes. Y démosle después las gracias.
Nadie que se oponga a un vendaval abiertamente consigue vencer al viento.
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