Conozco a gente que, en determinadas circunstancias y en determinados ambientes, necesita chutarse para estar “a tope”. Incluyo en tal denominación –aunque técnicamente no lo sean– beber unas copas, fumarse hierba, meterse un pico o empastillarse.
Para bien o para mal, yo no he necesitado hasta ahora meterme chutes de ningún tipo. A mí el chute me lo da la energía de las personas con las que estoy y salgo. Algunas más, otras menos, pero en general no puedo quejarme.
De vez en cuando aparece por mi vida algún personaje con una energía especial y eso me da fuerza para una buena temporada. Sólo con verlo, hablar y compartir ratos me doy por muy satisfecha. La sinergia que se crea, la fluida comunicación, el crecimiento que emerge… compensan con creces otros ratos grises.
Son personas que desprenden tanto entusiasmo con lo que hacen, que se entregan tanto a lo que se traen entre manos, que disfrutan tanto de la vida que viven que, necesariamente, contagian el virus del entusiasmo.
Y cuando este virus entra en nuestro organismo, mejor no destruirlo. Mejor cuidarlo y mantenerlo vivo el mayor tiempo posible.
También es verdad que –como chute que es, al fin y al cabo– termina creando cierto grado de adicción y, a veces, me he descubierto anhelando la aparición de un personaje así. La Vida, que casi siempre nos da lo que necesitamos, se encarga de ello.
Así que, como no podía ser de otra forma, agradezco de nuevo estos benditos encuentros que me nutren, me llenan de energía y me regalan plenitud.
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