El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
Blog
sábado, 27 de octubre de 2018

Ángeles de la guarda

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Mi abuela, nacida en 1904, hija de su tiempo y de su cultura, me contaba con frecuencia las vidas de los Santos y me aseguraba la existencia certera de un Ángel de la guarda para cada uno de nosotros. Me mostraba estampas y láminas en las que un gran ser alado y guapo protegía a niños felices.
Me gustaban mucho sus historias, pero esto último del Ángel prefería no escucharlo porque, entre otras cosas, me aterraba saber que había alguien invisible pegado a mí, espiando cada uno de mis movimientos y que, hiciera lo que hiciese, él se enteraba de todo.
Han pasado los años. Mi abuela se fue con sus historias y yo he olvidado muchas de ellas. Pero hoy, que ya he crecido lo suficiente para no creer en los cuentos, creo en los ángeles de la guarda. Y creo en ellos porque en mi vida han aparecido unos cuantos.
No son grandes, ni guapos, ni alados, ni van pegados a mí. Son personas –hombres y mujeres– de carne y hueso que aparecen cuando las necesito y que me ayudan a pasar los malos momentos, que suavizan mis miedos, curan mis heridas y me dan confianza. Me protegen y me quieren.
Su presencia en mi vida ha sido puntual o duradera, según los casos, pero siempre necesaria y gratificante. Sin ellos no estaría donde ahora estoy. Sin su luz y su apoyo en momentos de oscuridad no habría avanzado, ni habría crecido, ni habría desarrollado mi confianza en la vida.
Mi profundo agradecimiento a los que estuvieron, a los que están y a los que –quiero creer– estarán.

Todavía no hay comentarios

Esperamos el tuyo