La Escribana del Reino
M. E. Valbuena
Solemos desear a los seres queridos que se cumplan todos sus deseos. Y, cuando felicitamos en los cumpleaños, mandamos pedir un deseo para que se cumpla en el año recién estrenado. Y a veces se cumple y otras veces no.
Un amigo me ha dicho hace dos días que no quiere desear nada, que quiere aceptar lo que venga, como venga.
No es que diga nada nuevo. Uno de los pilares del Budismo es quitar el deseo para evitar el sufrimiento que todo deseo incumplido provoca. Hasta parece una frase hecha. Lo difícil es creer de verdad en ello.
Si deseamos aquello que no tenemos, nuestra mirada y nuestra vida se posicionarán en la carencia permanente y nos instalaremos en la actitud de queja, obviando aquello que tenemos y que damos por hecho. Ni lo vemos, ni lo valoramos, ni lo disfrutamos.
Si en lugar de poner el acento en lo que nos falta, lo ponemos en lo que tenemos, posiblemente nuestro ánimo y nuestra forma de vivir cambien sustancialmente. Valoraremos lo que hasta el momento pasaba desapercibido y podremos alcanzar, incluso, una sensación de plenitud.
Claro que tenemos carencias, por supuesto. Todos. Pero también –todos- tenemos motivos para agradecer, que muchas veces ni vemos. Caminamos maquinalmente en busca de no sabemos qué, que llene nuestro malestar, y no somos capaces de entender que tenemos ya, a la altura de nuestra mano, lo que necesitamos.
Cuando el deseo amenace con arruinarnos el día, démosle la vuelta a la situación, descubriendo y encontrando a nuestro alrededor aquello que contribuye de verdad a nuestra felicidad.
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