El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
Blog
sábado, 2 de marzo de 2019

Las despedidas siempre son tristes

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Cada vez que decimos adiós a alguien o a algo que ha formado parte de nuestra vida es como si un trocito de nosotros se fuera en él. Añoramos lo que hubo y echamos de menos lo vivido. Inevitablemente.
Incluso cuando ese adiós es liberador o cuando estamos deseando que llegue porque la situación no nos gusta.
Recuerdo un curso en un centro que no me gustaba nada y en el que me pusieron un horario y unas tareas de no repetir jamás. Recuerdo las ganas que tenía de terminar y de olvidarme de todo aquello. Pero también recuerdo que el último día miraba con cierta nostalgia y hasta me daba un poco de pena (un poquito solo, que volver allí no quisiera).
Tal vez sea porque en todo y de todo podemos obtener cosas buenas, aprendizajes vitales, experiencias enriquecedoras. Buscando, siempre encontramos. Y, al final, intentamos quedarnos con lo bueno y lo positivo de lo vivido, a pesar de todo lo demás.
Sin embargo, cuando lo bueno y lo positivo ocupa todo el espacio, el adiós es mucho más desgarrador. Perdemos vida, recuerdos y experiencias. Perdemos la oportunidad de volver a estar juntos. Perdemos alegría. Y no quisiéramos que llegara nunca ese momento.
En estos casos sólo consuela pensar que ha sido una suerte coincidir en el camino; que, gracias a ese encuentro y a lo compartido, nuestra vida ha mejorado porque hemos sido felices; que lo vivido ya forma parte de nosotros y eso es imborrable.
Así que, a pesar del doloroso adiós, sonriamos por lo que tuvimos, que eso nadie nos lo va a arrebatar.

Todavía no hay comentarios

Esperamos el tuyo