En la mayoría de las Constituciones occidentales vienen recogidos derechos de los ciudadanos a un trabajo digno, a un salario suficiente o a una vivienda adecuada, por ejemplo. Derechos que han surgido de luchas sociales, que se han plasmado por escrito, pero que no significa que se cumplan.
Universalmente también tenemos reconocidos por escrito el derecho a la vida y a la integridad física, a la educación, al medio ambiente… Tampoco significa que se cumplan.
Y luego hay otros derechos que no vienen reconocidos en ningún documento legal y a los que no se les da ningún tipo de importancia, pero que, a mi modo de ver, marcan las pautas de un bienestar personal.
Me refiero a derechos tales como permitirnos ser como somos, saber decir lo que pensamos y sentimos de manera asertiva en cada ocasión, a pedir explicaciones cuando nos consideramos merecedores de ellas y poder darlas cuando lo creamos conveniente, a poner límites, a poder cerrar círculos, a tener tiempo y espacio para aclarar malentendidos, a acabar bien las historias…
Estos derechos no derivan de ninguna revuelta social, sino de una lucha personal y continua en defensa de la autenticidad. Una lucha que a veces cansa y nos hace abandonar los objetivos, o no se dan las circunstancias necesarias para ejercer tales derechos, o el peso social es tan fuerte que éstos quedan diluidos bajo su impronta.
Y, en estos casos, sentimos que la vida nos debe algo, porque nos ha privado de su ejercicio y, además, no podemos reclamar nada.
Se nos olvida que cualquier derecho reconocido viene de una lucha previa por conseguirlo y aquel que no se ejercita cae por desuso.

Todavía no hay comentarios
Esperamos el tuyo