La Escribana del Reino
M. E. Valbuena
De cerca las cosas no son lo que parecen. Las personas, tampoco. Y las palabras, menos.
De cerca, aquello que parece bonito nos puede decepcionar o maravillar aún más. Las personas que nos resultan interesantes pueden crecer en interés o caer por los suelos. Lo hermoso volverse vulgar y lo insignificante llenarnos de alegría.
De cerca, la magia del misterio deja de ser tal y se convierte en simple realidad, sin adornos deslumbrantes ni florituras añadidas. Se aprecian los detalles, los gestos, la hechura… y se descubre aquello que no se percibe en la lejanía.
De cerca, nos miramos, nos tocamos y nos sentimos. Por ello es tan difícil pronunciar esas palabras rimbombantes que algunos acostumbran a soltar. Porque hablar sabemos todos. Pero hablar mirando a los ojos, no tantos.
Llaman mi atención esas personas que hablan, juzgan y deciden por los demás desde la distancia, pero luego son incapaces de expresar eso mismo ante los afectados directos, buscando para ello validos o incautos, dando rodeos o, simplemente, no dando la cara ni la mirada ni la palabra. Se escudan en que no tienen tiempo, en que otros lo hacen mejor, en que no es su función, en que se les ha malinterpretado…
Tengo la “suerte” de ser miope, con lo cual no me fío mucho de lo que capto de lejos, pero no suelo perder detalle de lo que me rodea de cerca. Y digo suerte porque esto me ha enseñado a no hablar de lo que no conozco bien, a no decidir hasta que no veo claro y a saber esperar.
Que todo llega y, repito, no siempre es lo que parece.
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