La Escribana del Reino
M. E. Valbuena
Con frecuencia escuchamos eso de “tú me haces ser mejor persona”. No diré que me desagrada la expresión, entre otras cosas, porque supone un halago que nos engorda el ego y porque no dudo de la sinceridad de quien la pronuncia.
Pero, sinceramente, creo que no es verdad.
Cada uno es como es, independientemente de con quién esté, aunque –cierto es- las influencias positivas o negativas de los que nos rodean se notan en nuestra vida. Y mucho.
Pienso que la base real de esa afirmación está en cómo nos manifestamos ante los otros, sobre todo, ante su mirada.
Hay miradas escrutadoras en busca de defectos y faltas que, a la larga, acaban por aparecer. Miradas llenas de juicios y prejuicios que nos posicionan en una postura carente de libertad y no nos dejan mostrarnos como realmente somos. Nos sentimos aprisionados, encorsetados y con ganas de desaparecer. Las evitamos y huimos de ellas siempre que podemos.
Sin embargo, otras miradas nos esponjan y nos dan alas para ser como somos. Son miradas claras, directas, libres de juicio, abiertas. Miradas bajo las cuales nos sentimos grandes, especiales y dignos, que nos hacen creer en nosotros mismos y en nuestras posibilidades. Esas son las que buscamos y las que echamos de menos cuando no están.
¿Quién no ha experimentado alguna vez el influjo de cada una de estas miradas? ¿Quién puede ignorar aquello de lo que estoy hablando? Nuestra historia personal está llena de miradas. Hemos crecido bajo la mirada de los que nos rodean y hemos adoptado, en definitiva, el papel que esa mirada demandaba en cada ocasión.
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