La Escribana del Reino
M. E. Valbuena
El otoño es una estación controvertida. Hay a quien le gusta mucho y hay a quien le hunde en la melancolía. Y también hay a quien le da igual porque ni siente, ni padece, ni disfruta (¡Qué pena!)
Cierto que este año viene arrasando con lluvias torrenciales en determinadas zonas, pero aun así, también nos regala otras muchas cosas a valorar, por ejemplo, la solidaridad espontánea que surge ante la desgracia ajena y que, en algunos caso, emociona.
Por lo que a mí respecta, este otoño me está haciendo muchos regalos. Cito sólo algunos de ellos:
La temperatura agradable, que permite salir al campo a dar largos paseos sin el estorbo de las moscas ni otros insectos veraniegos y sin la dureza del frío invernal.
Las manzanas, que invaden mi casa con su característica fragancia y su sabor a lectura y a disfrute. Y las uvas, que me han proporcionado cenas de auténtico placer.
Los horarios, que se han ajustado y han adoptado ya forma de normalidad, permitiendo una nueva (y por ello expectante) organización, dando cabida a cosas por estrenar y despidiendo otras.
Los nuevos compañeros y los amigos de amigos que he conocido y que amplían mi círculo de relación y mi capacidad de ilusión.
Las miradas felinas, los abrazos sostenidos, las sonrisas enternecedoras, los apretones de mano cálidos y acogedores, los signos de complicidad y las muestras de confianza que he recibido.
Y, todo ello, envuelto en esta luz que sólo el otoño puede proporcionar y en este festival de colores propios de la estación, donde los amarillos, cobrizos y verdes hacen que nos sintamos seres animados en medio de un bosque fantástico.
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